Tareas semana (30) 12 al 16 marzo

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El barrio de Valencia que puede convertirse en un ejemplo mundial

La ONU otorga un premio internacional a un proyecto para renovar un vecindario de Alfafar



Boceto del estudio de arquitectura ganador del premio ONU-Habitat.Ver fotogalería
Boceto del estudio de arquitectura ganador del premio ONU-Habitat. IMPROVISTOS

Hay algo que diferencia al barrio de Orba, en Alfafar, a las afueras de Valencia, de cualquier otro construido al calor del desarrollismo de los sesenta. Lo distingue incluso de un vecindario prácticamente idéntico levantado en la misma época en Sevilla por el mismo promotor, con los mismos planos e idéntico nombre originario: Parque Alcosa (acrónimo del constructor Alfredo Corral, SA). Sobre el conglomerado de viviendas de la albufera sur valenciana hay un proyecto único que ha sido galardonado con el premio internacional de Rehabilitación Urbana en Edificaciones Masivas, una distinción concedida por ONU-Hábitat por la que competían otros 751 proyectos de todo el mundo.


El plan se basa en la “revitalización de un barrio obsoleto de bloques de vivienda homogénea”, según cuentan sus autores, María García y Gonzalo Navarrete, miembros del estudio de arquitectura Improvistos. El vecindario está compuesto por una agrupación de edificios semejantes, alineados en cuadrículas, en el que viven alrededor de 6.000 personas en solo dos tipos de viviendas distintas: una de unos 70 metros cuadrados (todas idénticas entre sí) y otra de 90 (ídem).
“Nos hemos basado en las experiencias de cohousing y vivienda colaborativa, que en Europa son más frecuentes. En una comunidad de vecinos se pueden definir varios grados de privacidad y aprovechar zonas infrautilizadas, como las cubiertas para servicios comunes, o generar actividades económicas que financien parte de los cambios”, explican los arquitectos. Además de sitios vacíos, el plan contempla, por un lado, aprovechar las viviendas desocupadas para crear lugares de uso vecinal, como pueden ser zonas de estudio o lavanderías; por otro, tomar parte de la superficie de aquellos hogares cuyos inquilinos no precisan de tanto espacio. Se ganan metros cuadrados para la comunidad y el habitante ahorra en gastos.
Los creadores del proyecto buscan una distribución que pueda evolucionar con sus habitantes: ampliaciones, anexiones de las viviendas contiguas, disminuciones. Hogares y personas se adaptan entre sí (ver ejemplos concretos en la fotogalería). Es un fenómeno que se conoce como arquitectura progresiva, la apropiación de los espacios por parte de los usuarios. En lugar de comprar una casa con dimensiones invariables, en una parcela se pueden ir aumentando o disminuyendo las habitaciones y los lugares según las necesidades y los recursos. En el caso de Orba, esto se traslada a los edificios: partiendo de la vivienda tradicional levantada en el barrio, Improvistos sugiere cambios que “aumentan considerablemente la diversidad con un coste muy bajo y sin tocar los muros de carga”.
La descrita sería solo una parte del proyecto, que va más allá: propone, entre otras muchas, medidas de eficiencia energética con recursos renovables; ordenar las improvisadas huertas que los vecinos están creando en las parcelas que hay junto a una carretera y regarlas con aguas grises saneadas del propio barrio; rehabilitar edificios públicos o emblemáticos, como el antiguo colegio —hoy abandonado— o el viejo centro comercial, que en su día fue el núcleo integrador del barrio y prácticamente se está cayendo a pedazos en pleno corazón de Orba. Para él, los arquitectos proponen potenciar el uso asociativo que ya tiene y unirlo con un vivero empresarial que revitalice la actividad económica de una zona con elevadas tasas de paro.


Ejemplo de nuevos espacios en un edificio del barrio de Orba.ampliar foto
Ejemplo de nuevos espacios en un edificio del barrio de Orba. 


Porque el proyecto premiado es multidisciplinar, como el propio concurso exige. Valora cinco parámetros: urbano (mejorar el espacio público, la movilidad y promover la viabilidad cultural); económico (introducir nuevas actividades, intervenciones agrícolas e identificar áreas de valor en función del territorio); social (propuestas de género, seguridad y respeto por los derechos vecinales); medioambiental (sostenibilidad y promover un microclima a través de la vegetación y de actividades agrícolas) y de participación (contacto con instituciones y vecinos, promover la participación empresarial e involucrar al ámbito académico).
Con todas ellas cuenta el proyecto que hace único al barrio: ningún otro de extrarradio de una gran capital española puede presumir de este premio. Pero más allá de la distinción, ¿va a transformarlo realmente? ¿lo va a convertir en más sostenible y habitable, como proponen los autores del plan? Lo cierto es que no está nada claro. Por un lado, los arquitectos se afanan en aclarar que lo suyo es una propuesta abierta, fruto de lo que partió de un trabajo académico y que después se convirtió en su galardonado planeamiento urbano. “Es importante destacar que la propuesta que hemos desarrollado es solamente un ejemplo de la aplicación de este sistema de intercambio y de creación de espacios compartidos. Nos interesa trabajar con lo existente, tanto con el entorno construido como con el tejido social del barrio y por eso estas sugerencias buscan sólo abrir posibilidades. Pretendemos continuar trabajando con los vecinos y los representantes políticos”, matizan.
Sergio Miguel Guillem, concejal de urbanismo de Alfafar, se muestra abierto a estudiar posibilidades, a hablar con los vecinos y, de surgir consensos, buscar financiación. Porque no hay que olvidar que el proyecto no parte del municipio, no tiene asignado presupuesto ni es una prioridad para el Ayuntamiento, según reconoce el edil. “Estamos trabajando en temas menos utópicos, como la inauguración del Ikea [el primero de la Comunidad Valenciana abrió sus puertas en junio en el término municipal de Alfafar] o unas expropiaciones millonarias. Con todo ese trabajo, lo cierto es que solo hemos visto el plan por encima, pero trataremos de estudiarlo y hablar con los vecinos y la Universidad Politécnica de Valencia, que también ha presentado iniciativas en el barrio”, explica Guillem.

Que el proyecto salga adelante depende de la voluntad municipal, el consenso y, sobre todo, de la financiación

¿Y los vecinos? La mayoría es completamente ajena a lo que sucede. El premio ha tenido escasísima repercusión en los medios locales y el Ayuntamiento tampoco se ha pronunciado oficialmente al respecto. Así que no hay gran implicación por parte de los habitantes de este vecindario, enclavado en un pueblo encajonado entre otros tres que forman parte del extrarradio de Valencia sin solución de continuidad: en pocos metros a pie, de una calle a otra se cruza de Massanasa a Alfafar, de ahí a Benetusser y, unos pasos más allá, a la capital de la provincia.
Pero hay una pequeña y activa minoría que sí está comprometida con el proyecto, que incluso ayudó a redactar con una mezcla de ilusión y escepticismo. Son los miembros de la Asociación de Vecinos Parque Alcosa los Alfafares, un grupo de (en su mayoría) jubilados sexagenarios que durante la transición protagonizaron el activismo vecinal en la zona y que hoy siguen implicados con la vida del barrio, combatiendo y, según asumen con ironía, “perdiendo batallas”.
La ilusión viene por un proyecto nuevo, distinto, que pretende revitalizar el barrio y que tiene el “gancho” de un premio internacional, según cuenta Julian Moyano Reiz, secretario de la asociación. “Es una gran oportunidad, nos han hecho gratis un proyecto que podemos usar como queramos, cambiar y discutir, sería una torpeza no hacerlo. Y el galardón de la ONU es un incentivo para que busquemos una financiación que de otra forma quizás sería imposible”, añade. El escepticismo llega de la mano de la actitud del Ayuntamiento. “Hemos intentado hablar con ellos y de momento no nos han recibido, no nos hacen ni caso y solo se acuerdan del barrio cuando hay elecciones. No parece que tengan intención de hacer grandes cosas”, lamenta.
Muchos factores tienen que converger para que el proyecto salga adelante. Primero, la implicación municipal, después, el consenso con los vecinos y, sobre todo, el gran problema: la financiación. Pero lo cierto es que este barrio humilde y tranquilo, cuya población creció rápidamente gracias la inmigración que trajo el bum inmobiliario y decreció al mismo ritmo después, tiene la oportunidad de convertirse en un ejemplo de transformación para todo el mundo. Los cimientos los tienen. Y, según la ONU, son bastante buenos.

La adolescencia de las niñas Mei Ming

La primera generación de niñas chinas adoptadas por familias españolas alcanza la pubertad

Las cien primeras adoptadas llegaron a España en 1995.

Un documental ahonda en las preocupaciones y los miedos de estas adolescentes: seis de ellas hablan sobre sus vidas, recuerdos, proceso de adopción, sus orígenes o su integración



Ana, de 14 años, fue adoptada a los diez meses.Ver fotogalería
Ana, de 14 años, fue adoptada a los diez meses. 

“Me imagino que me abandonaron en una cestita, como en las películas… pero bueno, no todo es un cuento de hadas”. Esto conjetura Irene Rong, de sonrisa tímida, ante una cámara de vídeo. Irene, de 18 años, supo que era adoptada desde que tuvo uso de razón porque se daba cuenta de que sus rasgos faciales eran diferentes a los de su padre y su madre. Ella fue una de las 100 primeras niñas chinas adoptadas en España, en 1995, y la primera que llegó a Salamanca; también fue la que se intentaba redondear los ojos con los dedos ante el espejo cuando creía que nadie la miraba. Hoy, ya adulta, es la mujer que se siente tan orgullosa de sus orígenes como de su país de adopción y su familia.


El camino de Irene, que llegó a Salamanca con 17 meses, no ha sido fácil. Tampoco lo está siendo ahora el de esa primera generación de niñas chinas que salieron de los orfanatos en los noventa con destino a España y que hoy han llegado a la adolescencia, una etapa en la que surgen muchas preguntas –para las que no siempre hay respuesta– sobre el abandono que sufrieron, su proceso de adopción, la integración en su nuevo entorno, su doble identidad o su país de origen.
Seis de estas niñas se han puesto delante de una cámara para reflexionar sobre su experiencia y sus preocupaciones en el documental Generación Mei Ming: miradas desde la adolescencia, del director salmantino David Gómez Rollán. El trabajo permite conocer un pedacito de la vida de estas primeras niñas que hoy se enfrentan a un tránsito desde la pubertad lleno de interrogantes. “Tenemos un plus de dificultad en comparación con los que no son adoptados. Nosotros pensamos en nuestros orígenes, en por qué nos abandonaron… son preguntas que alguien que no ha sido adoptado no se plantea”, explica Irene.
España, con 18.000 menores de procedencia china, es el segundo país del mundo que más ha adoptado, la mayoría niñas. El auge se produjo en los noventa, doce años después de la implantación de la ley del hijo único en el país asiático, una medida de control de la población aplicada en zonas urbanas del país en 1979 con el fin de reducir el excesivo crecimiento demográfico. Esta norma conllevó un cambio en la planificación familiar de millones de personas y tuvo como consecuencia el abandono de miles de niñas cuando la familia buscaba tener un varón. El drama de los bebés dejados en estaciones, casas de acogida o en plena calle se conoció en España a través del documental Las habitaciones de la muerte, que retrata las condiciones de vida de estos niños en los orfanatos del país asiático. Y así comenzaron los españoles a adoptar en los últimos años del siglo XX y principios del XXI. En el año 2005, de los 5.423 menores que llegaron, 2.753 eran chinos.
Mei Ming (Sin Nombre) son las niñas de aquellos que abrieron el interés internacional por la adopción china. Las que sí salieron del país dejaron de ser Mei Ming para tener un nombre. “El documental las llama así como homenaje y recuerdo a todas aquellas que nunca pudieron dejar los orfanatos pero cuya visibilidad dio la oportunidad de que las demás si llegaran a salir y si tuvieran un nombre, una familia y una vida”, explica Gómez Rollán.
¿Cuáles son los principales problemas de una adolescente china? La inseguridad, la falta de autoestima y los ataques racistas, que suelen comenzar en la adolescencia. Estela, de 12 años y residente en un pueblecito vallisoletano de 300 habitantes, tuvo problemas al entrar en el instituto el curso pasado. “Había un niño que iba a por ella. La llamaba puta china y le decía que se fuera a su país”, recuerda su madre, Mariví. “Cuando me rechazan por el hecho de ser china me afecta, me duele que solo por eso no me vayan a aceptar”, dice la adolescente. “Que te llamen china no es un insulto, pero te lo dicen como si lo fuera”, lamenta Irene.


“De china tengo los ojos pero no tengo el idioma, y de España tengo el idioma pero no tengo los rasgos, así que soy rara en todas partes”, sentencia Marina, sevillana de 17 años. Todas las protagonistas del documental desearon, en algún momento de su vida, parecerse al resto de niños de su entorno para no llamar la atención, pero los ojos rasgados y la melena negra y lacia las delatan. Aquí entra el trabajo de los padres para lograr que sus hijas mantengan una buena autoestima y se acepten.
La ayuda de los progenitores, sin embargo, es finita. “Es difícil protegerlas, igual que a cualquier otro hijo. Hay que hablar con ellas, darles herramientas para que se acepten y hacer que siempre tengan muy claro cómo fue su proceso de adopción, que no tengan que descubrir nada fuera de casa”, afirma Ángel González, padre de Irene Rong y presidente de la Asociación Nacional de Defensa del Niño (Andeni). No siempre es sencillo porque en el caso de los bebés chinos, se suele disponer de muy poca información: de Irene solo se sabe que fue abandonada a los 52 días en la puerta de un orfanato; Ana Ling, santanderina de 14 años, sabe que sus padres la recogieron en otro a los diez meses, y Estela que es de la etnia han –mayoritaria en el país– y que cuando la abandonaron iba cubierta con una manta roja, color de la fortuna. “Supongo que me la pusieron para que me diera suerte”, dice la niña.
A las dificultades propias de la adolescencia se suma, generalmente, que los padres llegan a esta etapa de las vidas de sus hijas igual de perdidos que ellas. “Mucha gente tiene miedo a adoptar porque cree que cuando los niños se hagan mayores querrán marcharse a buscar a sus padres biológicos en su país y se olvidarán de su familia de aquí”, asegura el director del documental, que además tiene una hermana china de 10 años, también adoptada. Pero no hay nada más lejos de la realidad. “A veces he pensado que estaría mejor en China, pero no puedo saberlo; allí no tendría familia, no tendría el amor que tengo de mi madre…”, reflexiona Estela a sus 13 años. “No me siento adoptada, mis padres son mis padres sin ninguna etiqueta”, indica Irene en el documental. “Los padres biológicos que están en China sí que la tienen; no los conozco y no forman parte de mí”, asevera.


LOS NIÑOS YA NO VIENEN DE CHINA


El mayor número de adopciones de niños chinos en España tuvo lugar en 2005: de 5.423 menores, 2.753 provenían de este país. El año siguiente las cifras comenzaron a bajar gradualmente, coincidiendo con la decisión de Pekín de restringir las adopciones. En 2012, último año del que se disponen datos, llegaron a España 447 niños chinos, según el ministerio de sanidad. “Su descenso se debe al aumento progresivo y considerable de los tiempos de espera, que según la Asociación para la defensa del niño (Andeni) está en torno a los siete años, y a los nuevos requisitos para los solicitantes que entraron en vigor el 1 de mayo de 2007.
Ahora, quien quiera adoptar un menor chino, tendrá que tener pareja, pues no se aceptan familias monoparentales, demostrar que su nivel de estudios está por encima del bachillerato o equivalente, que dispone de unos ingresos anuales mínimos de 10.000 dólares por cada miembro de la unidad familiar más el futuro adoptado, o que no padece ciertas enfermedades o discapacidades.

La clave para que las niñas acepten su proceso de adopción como algo natural es decirles siempre la verdad desde el principio, pero en función de lo que puedan entender. “Con tres años, Irene tuvo un berrinche gordísimo porque vio una foto de mi mujer embarazada de nuestra hija mayor y ella quería la misma foto”, explica Ángel. “Ahí le contamos una parte de su historia, la que puede entender una niña de su edad”.
El documental Generación Mei Ming ha sido presentado en Salamanca, Madrid, Valencia, Extremadura y Gijón, y su director planea llevarlo en los próximos meses al resto de provincias. La sorpresa ha sido encontrarse con que la cinta no solo está dando respuesta a muchos interrogantes que tienen las pequeñas; también ha abierto las vías de comunicación entre padres e hijas. Las niñas ven que esos problemas que creían solo suyos son compartidos por muchas otras adolescentes, que no están solas y que es normal plantearse esas preguntas. “A mí me hubiese encantado tener una referencia cuando era más pequeña, creo que ayudamos a que otras chicas se abran y hagan preguntas a sus padres”, afirma Ana Ling.
Los cabezas de familia, por su parte, pierden el miedo a hablar con sus hijas sobre sus orígenes. “Muchos padres me comentan, tras ver el documental, que no sabían que sus hijas estaban dándole vueltas a cosas como saber más de dónde proviene”, indica el director de la cinta. “Ahora hay más comunicación”.


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